MAR CONFUSA- REVISTA LITERARIA

LA MANO

Alberto Guerrero Marti


Cada día y a las cinco de la tarde, Niní salía a dar su acostumbrado por las calles de Toledo. El que una chica llamada Niní saliese a dar un paseo no tiene, a priori, nada de particular, sin embargo, en su caso sí era llamativo. Ella salía a pasear con una mano atada en una correa, como si de un perro se tratase. ¿Una mano en una correa? Se preguntará atónito el lector. Por grotesco, extraño o increíble que parezca, así era. Niní era una de esas mujeres por las que cualquiera cometería un asesinato o estudiaria Ingeniería, es decir, uno de esos especímenes del género femenino que vuelven turulatos a los hombres que suspiran por hundirse en la mina de sus besos, abrazos, caricias y perfumes de lirios tumefactos. Pero esto no la exime de considerar como algo descabellado el sacar a pasear una mano. ¿Y de quién era la mano? No se sabía sabía a ciencia cierta. Se especulaba con la mano de un antiguo amante o la de un familiar cercano, pero nadie se atrevía a preguntárselo. Ella siempre sacaba  la mano a la calle lo más aseada posible. Daba gusto verlas a las dos pasear ingrávidas y despreocupadas. De lejos parecía una enorme y amenazante araña, pero cuando pasaba cerca de ti podías ver, con alivio, que solo era una mano de largos y cuidados dedos, como de pianista. Algunos se acercaban y la hacían carantoñas, y ésta, agradecida, se frotaba contra sus pantorrillas, les colocaba bien el bajo del pantalón u, osada, miraba bajo las faldas. Si al principio causó sensación el ver una mano pasear atada de una cadena, algo que incluso salió en los periódicos, con el tiempo, a fuer de cotidiano, ya ni llamaba la atención ni nadie se preguntaba por su procedencia. Sin embargo, mi naturaleza curiosa y enfermiza no podía dormir tranquila sin descubrir el origen de aquel fenónemo de feria. Un día, armado de valor y de un revólver muy mono, asalté a Niní en su paseo dispuesto a enterarme de todo. Para mí sorpresa, ella, con el instinto de conversación propio de las mujeres, me reveló su secreto: “La mano pertenecía, como muchos sospechaban, a un antiguo amante con el que había estado a punto de contraer matrimonio. Era éste pianista en un café de París, sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial les separó, puesto que él se alistó en el Ejército francés y se fue a luchar a la frontera. Mientras comía apaciblemente en un pozo de tirador un obús lanzado con muy mala uva por los alemanes le alcanzó de lleno. Del pianista solo quedó un trozo de casco y su mano derecha que, tras muchas vicisitudes, logró regresar a París para encontrarla en brazos de un antiguo general del Ejército zarista metido a taxista. Presa del histerismo y de los celos, la mano se abalanzó sobre el general venido a menos y lo estranguló. Y hubiese estrangulado a Niní también si no hubiese sido por lo enamorado que estaba de ella. Tras una tórrida escena de amor, Niní y lo que quedaba del pianista decidieron arrojar el cadáver al Sena y huir a España”. Tras satisfacer mi curiosidad, di un caramelo a la mano y me encaminé lleno de dicha en mi interior a la plaza de Zocodover a tomarme un vermouth con agua de seltz.
                  

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