DESCUBRIENDO A MARGA
MARGA GIL ROËSSET (1908-1932)
Marga Gil Roësset
nació el 3 de marzo de 1908. Era hija de Julián Gil Clemente
(1872), general de ingenieros, y de Margot Roësset Mosquera (1883),
que era descendiente por rama materna de gallegos ilustres, cuyos orígenes
se pueden localizar desde 1673, y por la paterna de un ingeniero francés
que en compañía de su hermano vino a nuestro país en
la primera mitad del s. XIX a realizar las instalaciones ferroviarias de
Portugal a España. Los hermanos Roësset se casaron con dos
hermanas Mosquera, y de la unión de Eugenio Roësset Slort y de
Consuelo Mosquera Martínez nacieron Eugenio, María
(1882-1921, pintora durante cuatro años, a la que se dedicó
una exposición antológica en 1988 en el Centro Conde-Duque
de Madrid) y Margot (1880). Familia acomodada de gustos refinados y gran
inquietud cultural y artística, educaron a sus hijos con esmero,
llevando a las hijas a estudiar a las ursulinas, y haciéndoles
aprender además piano y francés.
Del matrimonio de Julián
Gil y Margot Roësset nacieron: Consuelo (1905), Marga (1908), Pedro
(1910)5 y Julián (1915).
La esmerada educación
de Margot le sirvió para volcarse en la de sus hijas; con el apoyo
incondicional de su marido, hizo de las niñas dos criaturas
extraordinarias que deslumbraban al Madrid cultural de la época.
Marga nació muy
enferma, hasta el extremo de que los médicos la desahuciaron; pero
el tesón de su madre y el convencimiento de que por medio del amor
podía sacarla adelante la salvaron. Parece ser que durante meses
tuvo a la niña en brazos sin dejarla nunca, hasta que estuvo
completamente curada. Su familia cuenta que Marga apoyaba la manita en la
barbilla de su madre, y que cuando al fin la dejó por primera vez
en la cuna le quedó una señal que tardó semanas en
desaparecer.
Margot era bellísima.
En los estrenos de la ópera, las otras señoras esperaban
verla entrar para admirar sus modelos. Tenía una expresión
seria y profunda, y era religiosa en el máximo grado imaginable.
El amor de Margot, la pasión
que profesaba por su marido y sus hijos, su elegancia, su religiosidad y
su gran cultura, rodearon la infancia de sus hijos, de cuya educación
se ocupaba ella personalmente. A Consuelo le pedía poemas y a Marga
dibujos a cambio de la merienda, de un premio... Cuando las llevaron a las
irlandesas para realizar estudios reglados sólo estuvieron unos
meses, porque nada nuevo les enseñaban. Siempre procuraban
rodearlas de lo mejor, y así, para aprender a dibujar, las llevaron
al estudio de López-Mezquita, que enseñaba a Consuelo y se
limitaba a contemplar asombrado lo que Marga hacía.
Las dos hermanas hablaban
cuatro idiomas, viajaban, asistían a conciertos, escribían y
dibujaban. Consuelo era seria, alta, esbelta, rubia, elegante, de porte
regio, de piel blanca y transparente, como transparentes eran sus ojos
azules. Marga también era seria, profunda, alta y elegante. También
sus ojos eran transparentes y decían que maravillosos, pero de
color miel. Su piel, menos blanca que la de su hermana, y su pelo, castaño.
Era de una belleza mucho menos espectacular que la de Consuelo, pero
parece ser que más atractiva, con un atractivo felino y andrógino.
Su cuello era poderoso como el de un bailarín. Por las fotos que se
conservan no parece que fuera una mujer presumida.
La relación de
Marga con su madre, quizá por la enfermedad infantil, era
absolutamente dependiente y tierna. A los siete años -es lo primero
que se conserva de ella- escribió e ilustró un cuento para
su madre que es la primera prueba de un talento extraordinario que quedó
patente con la publicación, en 1920, de un cuento de su hermana, El
niño de oro, primorosamente editado e ilustrado por ella a la
tierna edad de 12 años.
En la Historia del Arte,
que sepamos, no se conoce ningún caso similar de dibujos perfectos,
originales, y de trazo y factura absolutamente seguros en una criatura de
esa edad. En 1923, en París, ambas hermanas publicaron otro cuento,
Rose des Bois, en cuyos dibujos llegó Marga, que lo realizó
a los 13 años, a un barroquismo de diseño, trazo y elaboración
que naturalmente ya no podía ir a más. Dio un giro absoluto
y se dedicó a esculpir. Su madre, entonces, y continuando con su
deseo de rodear a Marga de lo mejor, la llevó a Victorio Macho, que
se negó a darle clase por no estropear su talento creativo. Es, por
tanto, siempre y en todo, completamente autodidacta.
En sus dibujos los críticos
de la época veían influencias de tal o de cual ilustrador,
aun deslumbrados como estaban, pero, en mi modesta opinión, la única
influencia en los dibujos de Marga era la de los que veían en los
cuentos que leía y que he tenido en mis manos, del mismo modo que
Mozart utilizó de libreto para su primera ópera, Bastián
y Bastiana, un cuento. (Claro, son genios, y desde sus primeras obras se
les juzga como adultos cuando no lo son. También en mi modestísima
opinión la madurez artística suele ser inversamente
proporcional a la vital.).
Pero en sus esculturas, ahí
ya no les fue posible encontrar influencias: todos coincidieron en que era
única, distinta, genial. En palabras de José Francés,
como escultora "Marga ES". Y debía de trabajar y
trabajar, sólo trabajar. La cantidad de obra que se conserva, pese
a haber destruido la mayor parte el día que murió (se
deshizo incluso de las fotografías de sus esculturas) es insólita.
En 1930, a los 22 años,
presentó un "Adán y Eva" a la Exposición
Nacional y fue un clamor. Nadie se explicaba cómo era posible que
aquella criatura esculpiera así.
Después... conoció
a Juan Ramón Jiménez, en los primeros meses de 1932 (siendo
pequeña le había llevado un cuento con su hermana a Zenobia,
a la que admiraba -no olvidemos que Zenobia era la traductora de Tagore, y
las niñas, claro, leían a Tagore-), pero no le trató.
En un concierto, Olga Bauer los presentó. Marga decidió de
inmediato hacer un busto de Zenobia y lo hizo. ¿Es necesario que
escriba más? Creo que no, que lo que puedo añadir es lo único
que los que lo van a leer conocen.
La pasión de
aquella frágil criatura que esculpía en granito y en piedra
(caso totalmente inusual en una mujer), continuamente herida por las
esquirlas que le saltaban, generosa, buena y deseosa siempre de regalar
cintas, flores, versos o su obra a los que quería, se volcó
en un hombre que no se dio cuenta, no calibró lo que desencadenaba
con su coqueteo continuo, contenido y medido, que practicaba siempre con
la legión de jovencitas de talento que le frecuentaban con su
beneplácito y con el de Zenobia. No calibró, no vio que
Marga era distinta: era un genio, era pasión, y se le fue de las
manos su paternal y coqueta tutela. Marga no admitió que le
impusieran su forma de producirse con el poeta, como nadie le había
impuesto su forma de dibujar o esculpir.
Lo demás ya lo
saben. No quiso vivir y no vivió. La falta de visión de Juan
Ramón Jiménez, la falta de sensibilidad que, con sus 51 años,
le impidió cortar aquel amor cuando surgía y apartarlo, que
le impidió ver lo que aquel amor podía llevar a hacer a
Marga, todo ello unido al genio de Marga, a sus antecedentes familiares y
a lo que un talento así puede marcar y desequilibrar a una criatura
de 24 años, nos robó gran parte de su obra ya realizada, y
nos privó de todo lo que podía haber hecho en un periodo de
vida normal.
Tras su muerte -que
destrozó a tres generaciones de su familia (a sus padres, a sus
hermanos y a sus sobrinos) y que sigue marcando a las siguientes
generaciones- en 1933, se publicó un libro de canciones con texto
en francés y español de su hermana Consuelo, música
de su cuñado, José Mª Franco, y tres ilustraciones
suyas, una de las cuales, once años anterior a las de Le petit
prince de Saint-Exupèry, es tan parecida a las de este cuento que
todo el mundo que la ve se supone que le imitó. ¿Conoció
Saint-Exupèry las ilustraciones de Marga? Es más que
probable que sí.
En Las Rozas (en el chalet
de su tío Eugenio de esta localidad es donde murió), en el
cementerio antiguo, no se sabe dónde, pues una bomba de nuestra última
guerra cayó allí y destruyó únicamente su lápida,
como si el azar quisiera ayudarla a borrar todo vestigio de ella misma,
reposa junto a sus padres (su padre murió en los primeros días
de junio de 1934, a los 54 años, y su madre muy poco después)
Marga Gil Roësset, que dejó de vivir por su propio deseo el 28
de julio de 1932.
Fantastico texto de Ana Serrano Velasco
( Muchas Gracias)
( Muchas Gracias)
Fotos y Dibujos,encontrados en la red de redes.
… Y es que… Ya no quiero vivir sin ti… no… ya no puedo vivir sin ti… … tú, como sí puedes vivir sin mí… … debes vivir sin mí…”
“Mi amor es infinito!…La muerte es… infinita… el mar es infinito… la soledad infinita… yo con ellos… yo… con lo infinito…” “Qué dulce es el amanecer del día último…”
“Noche última… que querría tanto a tu lado… y estoy sola… …sola… Yo así en la vida estoy, pero en la muerte ya nada me separa de ti… muerte… cómo te quiero!”
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