LA MATERIA DE LA SENCILLEZ
A María Zambrano
Una música oscura, temblorosa,
cruzada de relámpagos y trinos,
de maléficos hálitos, divinos,
del negro lirio y de la ebúrnea rosa.
Una página helada, que no osa
copiar la faz de inconciliables sinos.
Un nudo de silencios vespertinos
y una duda en su órbita espinosa.
Sé que se llamó amor. No he olvidado,
tampoco, que seráficas legiones,
hacen pasar las hojas de la historia.
Teje tu tela en el laurel dorado,
mientras oyes zumbar los corazones,
y bebe el néctar fiel de tu memoria.
Una música oscura, temblorosa,
cruzada de relámpagos y trinos,
de maléficos hálitos, divinos,
del negro lirio y de la ebúrnea rosa.
Una página helada, que no osa
copiar la faz de inconciliables sinos.
Un nudo de silencios vespertinos
y una duda en su órbita espinosa.
Sé que se llamó amor. No he olvidado,
tampoco, que seráficas legiones,
hacen pasar las hojas de la historia.
Teje tu tela en el laurel dorado,
mientras oyes zumbar los corazones,
y bebe el néctar fiel de tu memoria.
Ciertas palabras, que en el momento de ser pronunciadas sólo me parecieron una frase trivial, han llegado a señalar más tarde un punto culminante de mi vida. Ello ocurrió en una época tan frívola que describirla es vergonzoso; sin embargo, tengo que describirla. Todo aquello ha quedado ya muy lejos, pero lo recuerdo bien, como para relatarlo con fidelidad, cosa que no tiene nada de raro. Recordar al detalle los hechos del pasado es frecuente; lo difícil es recordar cómo era en aquel tiempo el que recuerda ahora, tener, desde la experiencia, desde el conocimiento, desde el desengaño, un recuerdo exacto de la ignorancia, de la inocencia. Eso es lo arduo y eso es lo que pretendo lograr; el recuerdo de la inocencia, sobre todo, porque la ignorancia, con el conocimiento más bien crece: experiencia y desengaño nos ayudan mucho a considerar su extensión. La inocencia, en cambio, no es extensa: es o no es.
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