CON ANTONIO SIEMPRE
Hay tardes en que todo
huele a enebro quemado
y a tierra prometida.
Tardes en que está cerca el mar y se oye
la voz que dice: "Ven".
Pero algo nos retiene todavía
junto a los otros: el amor, el verbo
transitivo, con su pequeña garra
de lobezno o su esperanza apenas.
No ha llegado el momento. La partida
no puede improvisarse, porque sólo
al final de una savia prolongada,
de una pausada sangre,
brota la espiga desde
la simiente enterrada.
En esas largas
tardes en que se toca casi el mar
y su música, un poco
más y nos bastaría
cerrar los ojos para morir. Viene
de abajo la llamada, del lugar
donde se desmorona la apariencia
del fruto y sólo queda su dulzor.
Pero hemos de aguardar
un tiempo aún: más labios, más caricias,
el amor otra vez, la misma, porque
la vida y el amor transcurren juntos
o son quizá una sola
enfermedad mortal.
Hay tardes de domingo en que se sabe
que algo está consumándose entre el cálido
alborozo del mundo,
y en las que recostar sobre la hierba
la cabeza no es más que un tibio ensayo
de la muerte. Y está
bien todo entonces, y se ordena todo,
y una firme alegría nos inunda
de abril seguro. Vuelven
las estrellas el rostro hacia nosotros
para la despedida.
Dispone un hueco exacto
la tierra. Se percibe
el pulso azul del mar. "Esto era aquello".
Con esmero el olvido ha principiado
su menuda tarea...
Y de repente
busca una boca nuestra boca, y unas
manos oprimen nuestras manos y hay
una amorosa voz
que nos dice: "Despierta.
Estoy yo aquí. Levántate". Y vivimos.
"Enemigo Intimo"
Un Poema de Antonio Gala
La vida consiste en un incesante movimiento, cuya salvaje armonía es imposible que capten los cobardes. Consiste en un paisaje siempre desconocido y opulento e inabarcable, que excede las intenciones de los pacatos y los tristes. No seáis perdedores de antemano; no empecéis por ceder antes de la batalla. Rebelaos. Estáis llamados a la felicidad más alta: ser escritores, escultores, pintores, músicos, creadores en una palabra. No os conforméis con esa felicidad en calderilla que proporciona el atenerse a las humildes normas cotidianas, ellas sí complacientes y raídas…
Seguridad? Nada más inseguro que aquello que logra, de repente, hacer feliz el corazón humano. Gracias a la inseguridad progresa el hombre, descubre, inventa, explora, se mezcla con lo nuevo y se renueva él mismo.
Lanzaos a la empresa más ardua: ser vosotros. ¿Qué meta os propondréis, en qué sentido vais a avanzar? Da igual: el mundo es infinito; la vida es infinita; cualquier seguridad es falsa y, de momento, no hay hogar. Todavía estáis en la hora de la peregrinación. Todavía estáis en esa hora en que el camino es mejor que la posada.
Y os insto, con pasión y con brío, a que seáis auténticos amigos. Y os ruego que seáis sinceros.
Sinceros siempre, con una sinceridad profunda y nada parlanchina. Y, sobre todo, que seáis fieles cada cual a sí mismo, y leales con los otros. Para no fracasar, para crecer, antes que nada, es preciso conocer nuestros límites: dónde nos acabamos y hasta dónde conducen nuestros sueños. No decirnos en esto la verdad es traicionarnos y traicionarlo todo.
Y os deseo que no os defraudéis a vosotros mismos nunca; que consigáis la felicidad ahora y después. Sobre la mentira no construyen la felicidad más que los ilusos y los necios… Aspirad a la altura; sed dúctiles y francos, pero sed duros si es preciso. Y sangrad siempre que sea imprescindible: la sangre se remoza. Ojalá lleguéis a ser como yo os imagino: fuertes y realistas, soñadores y fuertes. La felicidad a la que siempre he aspirado y que os deseo es la alta y honda satisfacción de saber quiénes queremos ser, y que lo estamos siendo, o que nos aproximamos más cada día a serlo.
Hasta siempre. Tenedme con vosotros. Pero, aunque me olvidaseis, hasta siempre también...
Antonio Gala
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